de Come, éste es mi cuerpo, Ediciones Último
Reino, Buenos Aires, Argentina
(1ra
ed.1991-2da ed.1997)
En el mercado me detengo ante la escultural
calabaza. A un costado, una palta morada le hace un requiebro. La palta está
partida a fin de demostrar eficazmente que es tan tierna como las que más. No
puedo seguir adelante. Necesito confiar a alguien esta maravilla y entonces
descubro que el mundo es un mercado y más valdría no hacer las compras sola.
Mi cara se parece cada vez más a una pasa. Las
arrugas me visten la sonrisa de lomo de tortuga, el llanto de crisálida, la
seriedad de pasa nomás. Por eso bebo tanto. Para macerarme en alcohol y así
poder tragarme. Lástima que no puedo sobornar al espejo.
Pero quizá termine disolviéndome en saliva,
acogiéndome al privilegio de las hostias
Los vegetarianos me dijeron que una nuez tiene
las mismas proteínas que un bife. Así que el domingo compré nueces. Soy mujer
de ideas antiguas o bien de escasos artefactos modernos. Ergo: no dispongo de
rompenueces. De modo que pretendí partir a las condenadas golpeándolas contra
la mesa. Imposible. Apelé a mi instinto y apreté una contra otra. Infalible.
La comprobación me enseñó que aún con feminismo y
todo, la mejor forma de dividir a las mujeres no es aplastándolas contra el
piso -como nos hacen a algunas- sino apretando una contra otra.
Como las nueces.
I
¿Hay algo más masculino que la carne?
¿Más violento y lleno de provocaciones que un
trozo de carne fresca colgando del gancho? A veces, cuando mi esmerado casero
destroza la carne con un hacha y sobre un tronco – procedimiento común en los
mercados peruanos, pero que, como se sabe no es lo más apropiado- después,
mientras sorteo astillitas de madera y huesitos triturados, siento que me como
un macho. Un camionero en musculosa, bigotes y barba incluída.
Prefiero las verduras y frutas, mil veces. Pero
entre nosotras las hay carnívoras...¡y cómo!
II
Verdad es que también existen aquellas carnes
andróginas, y una que otra asexuada, tierna como recién nacido. Entre las
primeras, qué duda cabe, están todas las formas de los lomos exceptuando
aquellos fuertemente aderezados -con pimienta por ejemplo- que me retrotraen
indefectiblemente a la imagen del hombre del camión.
Entre las segundas, el insípido pollo y algunas
variedades de pescados.
¿Los mariscos? Esos tienen todos los sexos y aun
los que no tienen nombre, toxinas incluidas, sazonando la moral y el rito de
chupar y sorber el laberinto de sus interiores. Como decía Proust -“con todo el
pasmo y el dolor del amor“-
O como dijo alguna vez una analista querida: „-No
se preocupe por sus opciones sexuales. Los pansexuales como usted, no conocen
reglas-“
Igualito a los mariscos.
III
Y ni qué decir, que si hay que elegir entre
masculinidades, atraco con los chicharrones. Crocantes, irremediablemente
sebosos, calientes y deliciosos. A cualquier hora, pero preferiblemente al
desayuno, después de una noche larga.
Seductores varoniles, los chicharrones, casi
siempre indigestos después, pero entretanto qué buenos.
¿Hay algo más parecido a un clítoris que una alcachofa?
Para ser más explícita: el que come, si es un ignorante, tratará de descartar
las primeras hojas buscando el sabor de adentro; o lo rechazará de plano.
Equivocado. El proceso es lento, progresivo, y ahí radica su seducción.
Degustar con paciencia, hoja por hoja, humedecidas en su salsa de ajos y aceite
de oliva, entre la suavidad y la contundencia. Abrir y desenvolver, sorber poco
a poco y sin desmedidas efusiones, desde las hojas más grandes hasta las más
tiernas. Y en el fondo está lo mejor: el placer concentrado, frenético,
deglutidor y deglutiente, irresistiblemente sabroso. Bocado completo, corazón
de alcachofa.
Pero hay un límite, exactamente entre el corazón
y las hojas que lo envuelven. Una frontera de púas y avisos y guardias armadas,
capaz de agotar a cualquier bien amado jugo gástrico y de enfriar todos los
apetitos. Sólo los conocedores no se atoran, sólo los que se han equivocado
muchas veces están a punto de disfrutarlo, de conmoverse hasta el último diente
evitando los dardos. Los otros, prefieren las alcachofas en lata, desprovistas
de toda naturaleza y porfiadez. Son los consumidores de muñecas de plástico.